miércoles, junio 20

Diecinueve con veinte













Leo poemas que me dictan tus ojos.
Remarco algunas palabras imaginarias
-no todas-
sólo aquellas que creo adivinar de facto,
conjeturo lugares comunes donde confluyen frases sofisticadas de Darío o Neruda,
de Lorca o Pizarnik,
delineo tus labios en un recuerdo inmediato-lejano por la distancia de la mesa;
la mesa,
ese lugar-mobiliario-artefacto-barrera que sostiene una solitaria taza de café
que me aleja y me mantiene a una distancia irónicamente apropiada.
Pierdo el hilo de la conversación varias veces.
Lo notas.
No dices nada.
Tampoco yo;
fingimos en tácito acuerdo.
Miro por la ventana para hurgar en mis recuerdos
y entonces,
a las diecinueve horas con veinte minutos tiempo del centro
-y en el centro-
me estremeces
y quiero huir,
pagar la cuenta
mojarme bajo la lluvia,
desearte suerte y permanecer en silencio
                       -olvidarte, perderte-
abrazar mi almohada para provocar el olvido...
pero sería inútil:

hasta mis sábanas tienen la impresión de tu aroma,
el recuerdo de alguna noche nuestra.
Suspiro y me quedo a pesar de mis lágrimas o silencios,
o por lo menos, eso creo.


[Reforma, junio 20, 19:20]


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