Hablemos del llanto
del dolor y del olvido.
Bebamos una copa
[sí,
sólo una]
para no ponernos cursis
[mucho
menos hipócritas]
Evitemos la estupidez
innecesaria
de recurrir a los lugares
comunes
[por favor no me preguntes
“¿cómo estás o cómo te ha ido?”
porque
ambos tenemos claro que no te importa]
Imagina que soy una extraña
que traba conversación con un
extraño
en un sitio desconocido
donde jamás volverán a
coincidir.
Acomódate, no estés tenso.
Prometo no mencionar cosas del
pasado
[del
abrupto pasado compartido].
Hablemos sobre el clima
[para
distraer mi fúrica memoria]
quizá de política;
de la vida decadente de nuestra
América
para adentrarnos en la penuria
colectiva
y renunciar, aunque sea por un
rato,
a la desdicha propia.
Arropemos el ideal trillado
de un mundo democrático
con regímenes del pueblo y para
el pueblo…
Y después, al término de esa única
copa,
hagamos como que esta
“casualidad”
fue mera coincidencia,
no el producto de una nostalgia
idiota
que nos regresa a ese sitio tan
nuestro,
ahora,
en un momento
cuya temporalidad
ya
no nos pertenece.