martes, mayo 7

Afrodisíaco prosódico












Debemos aprender a llamarnos por el nombre
a enunciarnos como si fuésemos un conjuro milenario
o la piedra filosofal hecha cantata.
Evitar epítetos nada originales
[que son más bien benevolentes].
Debemos decir “Fulano” o “Sutano”
con la fuerza sonora vibrante que lo acompaña.
Así, “Fulano” resonará en el viento hasta
que el último vibrato desaparezca.
El “mi amor” no será más nunca necesario.
“Mengano”, para llamar al gozo, al mismo acto primigenio,
al génesis,                al orgasmo.
“Perengano” hasta terminar el aliento,
“Sutano”, mientras se unen los sexos
y el temblor placentero trepa por la espalda:
El nombre como afrodisíaco prosódico…
natural,
lingüístico,
fonético,
como reafirmación del que habita humedades
que provoca marejadas.
“Merengano” como activador erótico…
Debemos gozarnos desde ahí,
desde el vocablo primero que nos hace reaccionar entre multitudes.

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