lunes, mayo 6

Autoexilio














La ciudad se ha vuelto un caramelo rancio
que se ambiciona para luego escupirlo
y extrañar el aire trémulo de la provincia
la lentitud de su tiempo.

La ciudad se me ha vuelto una trampa pegajosa
que aferra mis plantas a su suelo pantanoso
-que se hunde a razón de 3 cm al año-
y me impide volver hasta la playa...
¿Qué hacer allá, entre las olas, con mis letras?
¿Qué allá, donde se otorgan premios por matar periodistas?
¿Qué en aquel sitio, donde la fortuna toca dos veces a la puerta
y entrega premios de lotería a los gobernantes?
A qué volver si hasta mis muertos han migrado a esta ciudad
preferible pudriese aquí, -vivos o extintos-
que salvar la vida a diario
allá,
en aquel camino del golfo que se ha hecho cartel.

Acá tan sólo se aplasta la vida en cada viaje en metro
pero se respira algo muy parecido al libre albedrío...
o quizá se masculla tan sólo un placebo de vida.

Y ahora me pregunto qué habrá sido primero:
El viento o las alas de los cuervos...
el aire o la capacidad de respirar, de respirarnos,
el destierro o la necesidad de autoexilio.

No hay comentarios: