miércoles, octubre 16

Exilios











Exiliar la vida de nosotros,
dejar atrás el llanto
cualquier dolencia,
los diluvios,
la falta de argumentos para la supervivencia;
o la cotidianidad del hastío,
—porque en este país todo el mundo está enfermo de hastío o tedio—.
Marchar más allá de lo establecido, de lo permitido
de lo socialmente aceptado y
 huir;
porque en el fondo se tiene la teoría,
la débil esperanza,
de que todo escape calmará los sufrimientos.

Huir, de ser posible,
de uno mismo,
de la sonoridad del nombre
y la persistencia de escucharlo
—en voz de cualquiera,
o de todo el mundo—.
¿O será un destierro lo que necesitamos?
Exiliar al destino de cada uno:
mandarlo al coño.
Escupirlo.
Negarle la barbarie de ser ineludible,
—inalterable—.
Tomar la vida y mudarla de sitio.
Armar la rebelión interna
para derrocar las circunstancias.

Habitar lo prohibido,
o hasta quizá lo imposible.
Caminar descalzos.
Beber poca agua
y andar de la mano con el hambre,
con indiferencia ante el contenido material
de esta vida,
para demostrar [nos]
que vivir es gratis
y respirar no cuesta
cuando se deja atrás

cualquier indicio del futuro.

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